'Mi tibio rincón, mi mejor canción,
mi leña, mi hogar, mi hilar, mi nobleza
mi fuente, mi sed,
mi barco, mi red...'
De pequeños nos hacemos de palabras.
Hay quien las utiliza para desarrollar ideas;
otros, prefieren cortar de tajo una frase ajena
(y también ha sido demostrada su efectividad).
Las palabras pueden ser útiles e inútiles;
lo primero, cuando disuaden, persuaden o invaden;
lo segundo, cuando se tiran a los oídos del silencio.
Dicen los que saben -porque si no lo supieran no podrían decirlo-
que son eficaces remedios naturales contra el hastío.
Hay quienes hacen oficio de ellas:
unos, las encierran en jaulas modernas del entretenimiento
(llamadas también 'sopa de letras');
otros, las maquillan y les hablan quedito al oído
(para llevarlas a bailar a un poema).
Incluso, tristemente, se les desperdicia junto con las horas
(y entonces, considero, tenemos una catástrofe mundial).
Hay quienes, por último, como yo, prefieren contenerlas para una mejor ocasión
('válvula de escape' le llaman).
Y trino...
julio 07, 2009
mayo 12, 2009
Lo que tengo
En primera instancia: cerrar los ojos y volar.
¿Qué tienes?
Tengo un montón de cosas:
Un miedo terrible,
Decenas de aretes,
Una almohada –detestable testigo de mi estado civil-,
Dos sueños,
Un par de árboles sembrados en algún lado,
La colección de mini libros de arte incompleta,
Un radio-reloj extraterrestre,
Una pila de compactos,
La mejor de las camas rechinantes,
Un buen número de zapatos,
Tres bolsos, dos ‘glosses’,
La manía de quedarme callada,
El vicio de fumar con los ojos casi cerrados,
Muchos asuntos pendientes
Y un colchón con maña.
Pero, sobre todo, tengo el temor latente a cada píldora,
Una monstruosidad callada y consciente
De estar dejando ir esa oportunidad…
Por eso cuando preguntas, respondo ‘nada’.
Y lloro para adentro, con la sonrisa melancólicamente puesta.
Sólo quiero un abrazo y despertar el día en que no vuelva a ver más su rosada superficie.
¿Qué tienes?
Tengo un montón de cosas:
Un miedo terrible,
Decenas de aretes,
Una almohada –detestable testigo de mi estado civil-,
Dos sueños,
Un par de árboles sembrados en algún lado,
La colección de mini libros de arte incompleta,
Un radio-reloj extraterrestre,
Una pila de compactos,
La mejor de las camas rechinantes,
Un buen número de zapatos,
Tres bolsos, dos ‘glosses’,
La manía de quedarme callada,
El vicio de fumar con los ojos casi cerrados,
Muchos asuntos pendientes
Y un colchón con maña.
Pero, sobre todo, tengo el temor latente a cada píldora,
Una monstruosidad callada y consciente
De estar dejando ir esa oportunidad…
Por eso cuando preguntas, respondo ‘nada’.
Y lloro para adentro, con la sonrisa melancólicamente puesta.
Sólo quiero un abrazo y despertar el día en que no vuelva a ver más su rosada superficie.
mayo 08, 2009
Vamos a guardar este día...
Vamos a guardar este día
entre las horas, para siempre,
el cuarto a oscuras,
Debussy y la lluvia,
tú a mi lado, descansando de amar.
Tu cabellera en que el humo de mi cigarrillo
flotaba densamente, imantado, como una mano
acariciando.
Tu espalda como una llanura en el silencio
y el declive inmóvil de tu costado
en que trataban de levantarse,
como de un sueño, mis besos.
La atmósfera pesada
de encierro, de amor, de fatiga,
con tu corazón de virgen odiándome y odiándote.
Todo ese malestar del sexo ahíto,
esa convalecencia en que nos buscaban los ojos
a través de la sombra para reconciliarnos.
Tu gesto de mujer de piedra,
última máscara en que a pesar de ti te refugiabas,
domesticabas tu soledad.
Los dos, nuevos en el alma, preguntando por qué.
Y más tarde tu mano apretando la mía,
cayéndose tu cabeza blandamente en mi pecho,
y mis dedos diciéndole no sé qué cosas a tu cuello.
Vamos a guardar este día
entre las horas para siempre.
entre las horas, para siempre,
el cuarto a oscuras,
Debussy y la lluvia,
tú a mi lado, descansando de amar.
Tu cabellera en que el humo de mi cigarrillo
flotaba densamente, imantado, como una mano
acariciando.
Tu espalda como una llanura en el silencio
y el declive inmóvil de tu costado
en que trataban de levantarse,
como de un sueño, mis besos.
La atmósfera pesada
de encierro, de amor, de fatiga,
con tu corazón de virgen odiándome y odiándote.
Todo ese malestar del sexo ahíto,
esa convalecencia en que nos buscaban los ojos
a través de la sombra para reconciliarnos.
Tu gesto de mujer de piedra,
última máscara en que a pesar de ti te refugiabas,
domesticabas tu soledad.
Los dos, nuevos en el alma, preguntando por qué.
Y más tarde tu mano apretando la mía,
cayéndose tu cabeza blandamente en mi pecho,
y mis dedos diciéndole no sé qué cosas a tu cuello.
Vamos a guardar este día
entre las horas para siempre.
- Jaime Sabines -
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