Y trino...

julio 17, 2008

E mi piangono

En primera instancia: cerrar los ojos y volar.

No tuve oportunidad de tomarle fotografía alguna.
Tampoco podré cumplir el sueño de amanecer bajo su techo,
mirando el transcurrir de la vida en sus ojos.

Levantarse con el frío en los huesos en aquel lugar es un paraíso como pocos.
Observar cómo las puertas se abren conforme avanza el día,
la gente que se dispone a vivir un día más.

A la entrada del pueblo, enseguida del puente peatonal,
comienza la historia de mi familia: hombres resistentes y mujeres entrañables.
Quise también compartir la hora de la comida,
al calor de sus miradas paternales y la conversación,
sin más fines que saber unos de otros.

Hace tiempo que tomé la decisión de adoptarlo como abuelo.
Al tío Ramón deben sobrarle nietos, aunque estén regados por todo el mundo.
Es cierto, a un niño quizá no deba faltarle un padre,
pero es imperdonable crecer sin un abuelo.
¿Quién repararía nuestras alas rotas entonces?
¿A quién venir con cuentos fantasiosos para evitar el regaño?
Tampoco pude contarle que alguna vez fui niña,
que en la gran ciudad hace falta un poco de verde,
un par de abrazos calientitos y una mirada donde reposar.

Sus estancias en casa siempre obedecian a alguna visita al médico.
-Carajo! ¿Es que a los humanos nos es imprescindible esa figura?-
Cuando volvía de la escuela, o de armar el rompecabezas de mi vida,
lo encontraba a la mesa, tomando café o esperando a papá.
Entonces, escucharlo o verlo mientras se dejaba consentir por la tía Margot,
era más imperioso que interrumpirlo para charlar con él; además, a qué vendría una conversación conmigo?
A mi edad (quizá una cuarta parte de los años que llevaba sobre esta tierra), la vida es un nudo de problemas. Problemas porque no tenemos la suficiente sabiduría para resolverlos.

Supongo que alguna vez pisaré las calles de ese pueblo otra vez.
Cargaré con una cámara fotográfica y procuraré visitar a todos.
Pasaré largos días viendo cómo viven, aprehendiendo sus formas más íntimas de convivir.
Supongo, no lo sé, que cuando llegue, en algún lugar de la casa aquella,
en la cara de la tía Margot, o en la timidez de Pamela, encontraré su cara.
Traeré de vuelta su imagen. Lo traeré conmigo para siempre.

Sé que estará esperando paciente -a donde sea que vaya- por todos los que faltamos.

julio 03, 2008

Pájaro Persona

En primera instancia: cerrar los ojos y volar.

Llueve en gran parte de la ciudad; acá apenas se siente el viento que empuja fuerte.
A lo lejos estalla una mala imitación de arcoiris, del que apenas se distingue el verde, amarillo y rosa.

¿Imaginas qué pasaría si tuviéramos un botón que nos impidiera decir mentiras?- preguntas mientras pones la mirada cansada en ninguna parte.

Se te ve hastiado, apenas agarrado a esta vida.
Los súper héroes no lloran, o lo hacen como tú: con el lomo encorvado, la cabeza hecha una revolución y los ojos resecos. Hace días que he notado cómo se van cayendo las plumas de tus alas, en tus pasos cada vez más lentos e inseguros. He preferido callar y cerrar los ojos.

Cae la noche y la visión de una explosión naranja de arcoiris rebeldes se ha esfumado. Invade a este lugar un consistente olor a despedida. Vinieron a vernos las luciérnagas que tanto criticamos, volvieron los nombres antiguos, desempolvamos sueños y lavamos viejas cicatrices.

Nadie quiere decirlo, a nadie se le desenvuelve la lengua para dictar la sentencia. Una familia de gatos rígidos –numerosa y de un núcleo bien estrecho- nos da la espalda. Hace tiempo que en la ciudad se rumora (y de tanto rumor se hace costumbre, y luego ley) que al canto armonioso de dos pájaros tan dispares, le sigue un punto de quiebre, el exilio silencioso y discreto de uno de los dos.

julio 01, 2008

Tía Calcetas

En primera instancia: cerrar los ojos y volar.



¿Por qué calcetas? No lo sé.
Supongo que se debe al clima. Me parece excepcional, si me permites agregar.
A veces, cuando siento que las cosas no marchan y me es preciso huir, el primer lugar en el que pienso para refugiarme es ese.
Es un lugar para caminar, sin duda. Tomar mochila, cigarros y un libro es inevitable.
Para un alma vagabunda como la mía, sentir al viento empujar el desvencijado cuerpo es fenomenal. La razón se declara inoperante, el cansancio es un término desconocido que alguien debió inventar para disfrazar su cobardía y los pies que al lado caminan, se tornan enemigos de la batalla que significa arrancarle al asfalto un trozo de vivencia.

¿Para qué recorrer algunos kilómetros si al final del día terminaré con una mueca de insatisfacción, mientras pretendo leer en la plaza central? Responde a una necesidad arraigada de sentirme fuera de mi entorno habitual, ¿comprendes? Se trata de estar fuera de mi propia vida, apreciarla desde fuera o desafanarme de ella, procurando dejar los suficientes rastrojos como para no perderme en el camino de vuelta.

¿Para qué hacerlo entonces? A veces, a los peces del estanque les gusta dejar de respirar un rato; es curioso, porque aparentemente no conocen otra vida que no sea la que se aprecia a través del agua, a simple vista. Dejar de respirar es vertiginoso, siempre y cuando se haga bien. No valen aquí los intervalos para respirar, ni los malabares para hacer ‘rendir más el aire’.

¿Por qué calcetas? No lo sé. Siempre me han gustado.
Me gusta caminar, ¿sabías? Disfruto las caminatas tanto como supongo que lo harás algún día. Pero más que caminar, me resulta placentero lo que los pies pueden hacer con mi sonrisa. A través de estos ojos profundos se filtran caras, jardines, asfalto, autos, incluso sentimientos. Mis pies son los culpables de las lágrimas que he vertido y de las sonrisas que he esbozado. De todo, son culpables de todo. Incluso de esta imposibilidad momentánea de sentir. No los juzgo, lo hacen por mi bien. Si no hubiera caminado todo lo que he vivido, si no hubiera visto lo que sentí, si no me permitieran ser feliz y desdichada, no podría decir que estoy viva.

A mis pies les debo lo que soy.

¿Te preguntas por qué calcetas? Es sencillo: los pies de un guerrero errante deben estar bien protegidos. Precisará de calor y fortaleza en ellos para recorrer los pasajes maravillosos de la vida.