Y trino...

julio 09, 2014

Cierta mujer

Provengo de una familia en la que una se enseña a ser mujer, en primera instancia, a través de la cocina. Mi tía Yolanda -que me muestra su sonrisa coqueta en el altar- era reconocida por propios y extraños por su excelente sazón y gran destreza culinaria. Nunca fue a otra escuela más que a la de las manos quemadas en el comal de la abuela. Por si fuera poco, sorprendía siempre con sus recetas "todo lo que hay en el refri". Nadie, ni su hija, ni sus nueras, ni mi madre, aprendió de su pasión por la cocina.

En segundo lugar, una mujer de mi familia se forma en el hogar. Una cocina en orden, la mesa servida a tiempo, la ropa impecablemente limpia y planchada. Además, tiempo para mantener un modesto jardín, coser algunas prendas descompuestas, administrar la alacena y tender las camas. Todo con paciencia y amabilidad, coronadas por una cálida mirada y manos reparadoras. Ningún dolor puede pasar desapercibido, ningún aniversario pasado por alto. En todo lo anterior, mi madre ha destacado; aunque imagino que debió ser doloroso abandonar un perfil profesional destacado y en ascenso, por un día completo de mis llantos. Debo confesar que no tengo ni la mitad de sus habilidades.

Y está mi forma de ser mujer: ni sumisa, ni liberal, ni ama de casa ni profesionista. Antes que cumplir con la tradición, me he propuesto acondicionarla, para las mujeres de la familia que vienen detrás de mí. Mujer, en primera instancia, dueña de sí, convencida de sus ideales, conquistadora de sueños, apoyo incondicional, sonrisa cálida. Luego, auténticamente encantadora, con esencia inconfundible, irresistible; lectora por pasión, víctima de la ternura -propia, no copiada-, diplomática y soberbia en cantidades suficientes.

Una mujer pues, distinguible, entrañable, que acepta y declara sus defectos, que ama incomprensiblemente.