Y trino...

enero 26, 2015

Antioquía

En primera instancia: cerrar los ojos y volar.

I

Antioquía queda en algún lugar de Turquía...
En Turquía, las mujeres tienen enormes ojos expresivos, como parte de una evolución social que las obliga a gritar con ellos, por la impotencia de la realidad circundante.
Sin acento, es un departamento de Colombia, donde las mujeres tienen caderas redondas y se rumora, algunas saber cómo menear con maestría.

Carezco de ambas características: mis ojos -si acaso antaño parecían dos diamantes negros a los ojos de Iwan- están tan abatidos por la falta de calor que apenas lucen detrás de este par de gafas; mientras que mis caderas poco a poco ceden a una juventud desperdiciada en romanticismos de novela gráfica mexicana.

Lo que son las cosas: hace unos diez años, traía derrapando por mis letras a un argentino con ascendencia turca. Y hoy lo he vuelto a encontrar.

II

A Andrés lo conocí haciendo gala de su habilidad con los sonetos.
Por aquellos tiempos -en una aventura que comenzaría con la adaptación libre de "El sastrecillo valiente"- escribía fervientemente. La prosa era mi cómplice para conquistar a los profesores de crónica.

Un don Juan, sin duda. Y como todos, tiró a matar.
Caí. No ingenuamente, sino con la picardía de quien sabe que está metiéndose en terreno peligroso.
Ambos sabíamos que no éramos territorio exclusivo, una especie de patria o nación que abandera un sujeto y pretende gobernar, como si ese ente múltiple y complejo se comportara siempre igual.

No logro hilar en el tiempo, pero creo que me vio triunfar un par de veces y fue partícipe de mi conversión.
En qué? Pues en una grandísima hija de puta.
Le conté de mis juegos con aquel viejo compañero de crecimiento; fue partícipe de mis fiebres en la madrugada; hicimos planes para reconquistar La Habana -y reír juntos en La Bodeguita del Medio, mojito en mano-. Quizá alguna vez haya cruzado por nuestras cabezas la idea de robar un pedazo de cielo en la zona cafetalera de Chiapas.

El último intento fue hace un par de años.
Quisimos llenar de letras el aeropuerto de Barcelona.
Hoy, no sé nada de él.

III

Antioquía Couceiro nació de una despedida cruel.
Aquél portón sin abrir, las diez llamadas directas a buzón.
Conmigo, interesantes personajes: Garibaldi, la vuelta a los Camel, el Chilaquil y los entrañables tacos de longaniza.

Aquella fue una oportunidad.
Después de siete días de búsqueda, cuando por fin dí con el objeto de mi desazón, se fue la luz.
Y volví al punto de partida.

La respuesta nunca llegó.
O al menos jamás como la esperaba.
Fui desterrada de cualquier contacto que siquiera sugiriera que ahí, en algún momento, mi nombre fue madera y mi carne fuego.

IV

Hoy, Couceiro a días de cumplir años -un pez plateado de La Coruña- e Iwan apareciendo de nuevo.

Si tuviera que comenzar de nuevo, como aquella vez, quizá conservaría mi nombre de batalla.
Sólo para comprobar que quien ríe al último, tardó en comprender el chiste pero no volverá a dudar.