En primera instancia: cerrar los ojos y volar.
A todos mis poetas muertos erigiré un altar, donde pueda recitar las listas interminables de mis pesares.
[Quiero subsanar cada una de tus sonrisas, arrecalarlas con un silencio inmutable]
Embalsamaré mis ojos, para verle la cara al destino. Tengo un barco, un sueño y la mar.
Tiraré del hilo de oro mientras miro al cielo, equilibrando verbos y rostros, casas y nombres.
Surcaré estrechas veredas donde pueda caminar sólo el deseo, sin atajos ni mordazas.
[Vuelo de mantis en celo, crepúsculo de otoñales soles]
Sobre la memoria juré que olvidaría, pero las nubes de la tarde retornan con los vapores de mis destierros, para lloverlos sobre la ciudad de mis ruinas.
[Polvo pegajoso que condena]
Quedará como testigo una mirada de amplia factura, que al volver no reconocerá en mis huesos a su redentor.