Mudarse es aprender un cuerpo, detenerse a mirar sus cicatrices y repasar cada uno de sus lunares.
Es comenzar la búsqueda, almacenar en los anaqueles de la memoria -y clasificadas- cada una de las emociones experimentadas.
En mi maleta no caben los recuerdos: se van en mi piel, las pestañas, la nariz.
En ese nuevo lugar cabrán todos mis miedos: el fracaso, la soledad, el olvido.
Pero a cada vuelta, con cada nueva interrogante, irán evaporándose junto con ese quedito dolor en el pecho.
A la noche, con la vista en el techo y la memoria encendida, un beso en la frente y una canción habrán de devolverme a mi sitio.
Una canción de cuna y un whisky en las rocas, por favor.