De pronto, te pilas con la noche a cuestas.
La memoria -ese enemigo ultraizquierdista- activa uno a uno los recuerdos. Las noches. Los gestos. La piel erizada.
Te concedes el indulto de suspirar por el tiempo pasado. No hay lágrimas, sólo hondos suspiros que aceleran el estado de descomposición.
¿En qué momento todo se fue por el caño? ¿Cuándo dejó de iluminarse tu rostro al calor de la sorpresa?
"Lo peor que te puede pasar es la costumbre", dijo alguna vez. Y tuvo razón.
Con las horas del día muere la razón; con la luna, vienen los reproches, las sonrisas, los gemidos. El amor.
Ser el vigía de las horas nocturnas tiene un doble propósito: las laceraciones y la redención. Abre el cuaderno de notas y comienza a escribir este sueño:
"Estás en todas partes y en ninguna. Fluye, gira, descansa en el remanso. No te detengas, aunque no entiendas la dirección".